EDITORIAL
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Abstract
El actual panorama mundial nos demuestra desde una óptica realista, que más allá de las buenas intenciones que pueden inspirar a diferentes Estados, organizaciones internacionales y grupos de interés, la conflictividad y los movimientos sociales siguen siendo noticia de cada día, afectando a la seguridad internacional, como también a la seguridad interior de algunos países. A pesar de que se mantienen conflictos bélicos, donde el uso de la fuerza es el medio principal, estos se caracterizan por ser de carácter asimétricos, donde la ventaja del oponente menor se basa en el uso de diferentes métodos, diferentes a los de una guerra clásica, buscando la prolongación del conflicto para, de esa forma, minar la voluntad de lucha de las fuerzas opositoras y lograr los objetivos que se han impuesto. Este viejo modelo de “lucha total prolongada” que nos planteó Beaufre, trae nuevas inquietudes y nuevas respuestas de carácter multidimensional, donde el uso de la fuerza, sumado a acciones en el campo de la diplomacia, de la inteligencia, propaganda y de cualquier otro tipo, se consideran válidas para la solución del conflicto.
En este sentido, en el actual sistema internacional, somos testigos de una serie de hechos y situaciones intraestatales que afectan e impiden el mantenimiento de un entorno mundial seguro, casos como el de Siria y los efectos de la primavera árabe, y movimientos sociales en Brasil y otros Estados, nos hablan de este situación.